El secreto del Misterio del Amor radica en la Evolución
El secreto del Misterio del
Amor radica en la Evolución.
El propósito de la Evolución es alcanzar aquella
condición de consciente Unidad con el Logos, en que “Todo es Uno y Uno es Todo”.
Por lo tanto, la esencia de la Evolución es la Unificación, y la manifestación
del principio unificador es la manifestación del Amor.
Quienquiera que ame, por débil que sea su concepto respecto del amor, está manifestando una unificación y por lo mismo está ayudando a que la Evolución convierta todas las cosas en una. Dios es Uno, el Amor es Uno, por tanto, con razón se dice “Dios es Amor”. El gran principio cósmico del amor no es fácilmente comprendido.
Muchos lo toman como una emoción, pero es mucho más que eso; es una actitud. Es
afinidad armónica, la cual es unión. Cuando, por medio de la mente, dominamos por completo las emociones, el amor puede reinar aún como supremo mientras actúa en simpatía con el intelecto. Cuando se trasciende el intelecto por medio de la intuición y de las grandes fuerzas de los planos espirituales, el Amor manifiesta al Espíritu Divino de manera mucho más vívida.
El Cristo Cósmico – esa gran fuerza en la cual vivimos – se manifiesta, según se nos dice, por medio de tres emanaciones, esto es: Sabiduría, Poder y Amor. El Amor construye la forma para el invisible Poder, pero sin la Sabiduría, el Amor es infecundo. Y así también la Sabiduría sin Amor es oquedad, y Poder sin Amor puede convertirse en orgullo, soberbia o presunción.
Si consideramos el dilatado proceso de la Evolución, encontramos que los instintos animales y las pasiones de las razas primitivas se van dominando gradualmente por una mentalidad más avanzada, pero aún en la actualidad, a pesar de los grandes períodos de tiempo transcurridos, el promedio de las gentes está más o menos gobernado por sus emociones.
Han transcurrido dos mil años desde que el Señor del Amor y Compasión, Jesús de Nazaret, dió ejemplo con su vida y con sus enseñanzas, de la Gran Ley del Amor – la fraternidad universal y la unidad del género humano en Dios el Padre – y no obstante, esa unidad se halla todavía muy
lejos, y de aquellos que le llaman Maestro depende el que entren en la fase actual de esa ley que se está manifestando en varias actividades que tienen por finalidad la sociabilidad de la humanidad y el alivio de la carga que pesa sobre el reino animal.
La tónica de la nueva civilización es servicio, servicio con un espíritu de bondad y de fraternidad. Cuando aprendamos a ser amables y cariñosos los unos con los otros habremos avanzado bastante en el Sendero.
Cuando aprendemos a tolerar admitimos el derecho de existencia a aquello que es diferente de nosotros mismos, así como la posibilidad de que exista lo bueno y el bien en aquello que no comprendemos. Pero la tolerancia no es suficiente, esta debe despertar la simpatía por medio de la cual distinguimos en aquello que es ajeno a nosotros mismos las características de una vida común.
Cuando aborrecemos a algunos de nuestros semejantes es porque los vemos en nosotros mismos; algo reacciona en nosotros de lo que vemos en ellos. Todo aquél que aborrece u odia produce separación y desunión, lo cual pertenece a la muerte y al sendero de la izquierda.
Pero cuando sentimos amor por alguien o, en su puro significado, simpatizamos con él es porque nosotros mismos nos vemos en él.
Si nuestro Yo Superior, nuestro Ego, pudiera ponerse en contacto con otros, más libremente,
cuan pequeños aparecerían los errores de la personalidad y qué apretado lazo de unión podría establecerse..
En el plano físico no existen más que dos igualadores, dos niveladores, la muerte y el amor. Ambos hacen de todas las cosas una, pero así como la muerte lleva a la desintegración del cuerpo, así el amor conduce a la unidad del espíritu.
No debe existir el sentimiento de separación en aquellos que se encuentran en el Sendero, toda vez que el Sendero tiene su meta en la Gran Unidad, en la cual, Todo es Uno y Uno es Todo. Todo cuanto de malo existe en el mundo, todo cuanto es parcial o limitado, imperfecto, torcido o deformado, es parte de nosotros mismos, y sufrimos con sus fracasos y
triunfamos con sus éxitos. Aquellos que se dedican al Servicio no pueden separarse de nada y sí sumergirse, fundirse en el mundo tal cual es para que puedan diluirlo, disolverlo con el espíritu.
Así como el Hombre Divino interpenetra todas las cosas, así nosotros, si queremos ser Uno con El, debemos aprender la simpatía universal, comprender nuestra identidad con el universo de modo que nada nos parezca ajeno a nosotros mismos, aprender a ver el universo reflejado en nosotros mismos y nosotros en el universo.
No hay crimen, delito o anhelo vehemente conocido en la historia de la raza que no sea un potencial latente en nuestra propia naturaleza. No hay elevación que la humanidad haya alcanzado que no esté también potencialmente latente en nuestra naturaleza. Ningún ser humano puede separarse de las profundidades o de las elevaciones de su especie. Si derramamos amor en el universo, este, que en sí contiene los planos más internos, reaccionará en consecuencia.
Debemos tratar de no reconcentrar amor, pedirlo por egoísmo o poseerlo celosamente, sino radiarlo, y del universo fluirá hacia nosotros la respuesta natural. Cuando uno está ocupado en los asuntos de su Maestro y trabaja con amor, encontrará amor. Si trabaja por amor al hombre, el hombre le dará amor; y trabajando por amor a Dios, Dios le dará amor y de este modo se unirá el hombre con Dios, siendo amoroso.
Se dice con frecuencia que un hombre y una mujer se enamoran. Si este amor se encauza por la naturaleza inferior con un sentimiento de posesión carnal, pronto se desvanecerá este amor y ambos quedarán sin él. Pues el secreto del amor está en proporcionar la felicidad de la persona amada. Algunos aman la sensación de amar, lo cual no es amor por el ser amado sino por quien recibe la sensación, que es el yo. Ambos se aman a sí mismos en la persona amada.
Pero el amor más amplio fluye alejándose y no vuelve hasta que ha dado la vuelta por el universo; entonces regresa con los dones del Cielo y de la Tierra. Algunos obtienen el amor con facilidad y la sabiduría con dificultad, y otros adquieren fácilmente la sabiduría y con
mucho trabajo el amor. Cada cual tiene que resolver su problema.
Debemos aprender a distinguir entre el pecador y su pecado; debemos aprender a considerar al necio como un alma que lucha, y no olvidar que aquellos que yerran están sufriendo.
Debemos aprender a tener compasión por los que sufren aún cuando tengamos la vara de la justicia, pues si nosotros no mostramos misericordia ¿cómo podemos esperarla?
Todos faltamos; algunos de nosotros con frecuencia; aprendamos a faltar bien. Ese es el secreto del progreso espiritual. El camino del Amor es el camino de la Cruz. Por la crucifixión del yo alcanzamos la redención; si soportando la carga alcanzamos la cima, la carga será más liviana para aquellos que vienen detrás. Este es el sacrificio del Mayor Amor.
Quienquiera que ame, por débil que sea su concepto respecto del amor, está manifestando una unificación y por lo mismo está ayudando a que la Evolución convierta todas las cosas en una. Dios es Uno, el Amor es Uno, por tanto, con razón se dice “Dios es Amor”. El gran principio cósmico del amor no es fácilmente comprendido.
Muchos lo toman como una emoción, pero es mucho más que eso; es una actitud. Es
afinidad armónica, la cual es unión. Cuando, por medio de la mente, dominamos por completo las emociones, el amor puede reinar aún como supremo mientras actúa en simpatía con el intelecto. Cuando se trasciende el intelecto por medio de la intuición y de las grandes fuerzas de los planos espirituales, el Amor manifiesta al Espíritu Divino de manera mucho más vívida.
El Cristo Cósmico – esa gran fuerza en la cual vivimos – se manifiesta, según se nos dice, por medio de tres emanaciones, esto es: Sabiduría, Poder y Amor. El Amor construye la forma para el invisible Poder, pero sin la Sabiduría, el Amor es infecundo. Y así también la Sabiduría sin Amor es oquedad, y Poder sin Amor puede convertirse en orgullo, soberbia o presunción.
Si consideramos el dilatado proceso de la Evolución, encontramos que los instintos animales y las pasiones de las razas primitivas se van dominando gradualmente por una mentalidad más avanzada, pero aún en la actualidad, a pesar de los grandes períodos de tiempo transcurridos, el promedio de las gentes está más o menos gobernado por sus emociones.
Han transcurrido dos mil años desde que el Señor del Amor y Compasión, Jesús de Nazaret, dió ejemplo con su vida y con sus enseñanzas, de la Gran Ley del Amor – la fraternidad universal y la unidad del género humano en Dios el Padre – y no obstante, esa unidad se halla todavía muy
lejos, y de aquellos que le llaman Maestro depende el que entren en la fase actual de esa ley que se está manifestando en varias actividades que tienen por finalidad la sociabilidad de la humanidad y el alivio de la carga que pesa sobre el reino animal.
La tónica de la nueva civilización es servicio, servicio con un espíritu de bondad y de fraternidad. Cuando aprendamos a ser amables y cariñosos los unos con los otros habremos avanzado bastante en el Sendero.
Cuando aprendemos a tolerar admitimos el derecho de existencia a aquello que es diferente de nosotros mismos, así como la posibilidad de que exista lo bueno y el bien en aquello que no comprendemos. Pero la tolerancia no es suficiente, esta debe despertar la simpatía por medio de la cual distinguimos en aquello que es ajeno a nosotros mismos las características de una vida común.
Cuando aborrecemos a algunos de nuestros semejantes es porque los vemos en nosotros mismos; algo reacciona en nosotros de lo que vemos en ellos. Todo aquél que aborrece u odia produce separación y desunión, lo cual pertenece a la muerte y al sendero de la izquierda.
Pero cuando sentimos amor por alguien o, en su puro significado, simpatizamos con él es porque nosotros mismos nos vemos en él.
Si nuestro Yo Superior, nuestro Ego, pudiera ponerse en contacto con otros, más libremente,
cuan pequeños aparecerían los errores de la personalidad y qué apretado lazo de unión podría establecerse..
En el plano físico no existen más que dos igualadores, dos niveladores, la muerte y el amor. Ambos hacen de todas las cosas una, pero así como la muerte lleva a la desintegración del cuerpo, así el amor conduce a la unidad del espíritu.
No debe existir el sentimiento de separación en aquellos que se encuentran en el Sendero, toda vez que el Sendero tiene su meta en la Gran Unidad, en la cual, Todo es Uno y Uno es Todo. Todo cuanto de malo existe en el mundo, todo cuanto es parcial o limitado, imperfecto, torcido o deformado, es parte de nosotros mismos, y sufrimos con sus fracasos y
triunfamos con sus éxitos. Aquellos que se dedican al Servicio no pueden separarse de nada y sí sumergirse, fundirse en el mundo tal cual es para que puedan diluirlo, disolverlo con el espíritu.
Así como el Hombre Divino interpenetra todas las cosas, así nosotros, si queremos ser Uno con El, debemos aprender la simpatía universal, comprender nuestra identidad con el universo de modo que nada nos parezca ajeno a nosotros mismos, aprender a ver el universo reflejado en nosotros mismos y nosotros en el universo.
No hay crimen, delito o anhelo vehemente conocido en la historia de la raza que no sea un potencial latente en nuestra propia naturaleza. No hay elevación que la humanidad haya alcanzado que no esté también potencialmente latente en nuestra naturaleza. Ningún ser humano puede separarse de las profundidades o de las elevaciones de su especie. Si derramamos amor en el universo, este, que en sí contiene los planos más internos, reaccionará en consecuencia.
Debemos tratar de no reconcentrar amor, pedirlo por egoísmo o poseerlo celosamente, sino radiarlo, y del universo fluirá hacia nosotros la respuesta natural. Cuando uno está ocupado en los asuntos de su Maestro y trabaja con amor, encontrará amor. Si trabaja por amor al hombre, el hombre le dará amor; y trabajando por amor a Dios, Dios le dará amor y de este modo se unirá el hombre con Dios, siendo amoroso.
Se dice con frecuencia que un hombre y una mujer se enamoran. Si este amor se encauza por la naturaleza inferior con un sentimiento de posesión carnal, pronto se desvanecerá este amor y ambos quedarán sin él. Pues el secreto del amor está en proporcionar la felicidad de la persona amada. Algunos aman la sensación de amar, lo cual no es amor por el ser amado sino por quien recibe la sensación, que es el yo. Ambos se aman a sí mismos en la persona amada.
Pero el amor más amplio fluye alejándose y no vuelve hasta que ha dado la vuelta por el universo; entonces regresa con los dones del Cielo y de la Tierra. Algunos obtienen el amor con facilidad y la sabiduría con dificultad, y otros adquieren fácilmente la sabiduría y con
mucho trabajo el amor. Cada cual tiene que resolver su problema.
Debemos aprender a distinguir entre el pecador y su pecado; debemos aprender a considerar al necio como un alma que lucha, y no olvidar que aquellos que yerran están sufriendo.
Debemos aprender a tener compasión por los que sufren aún cuando tengamos la vara de la justicia, pues si nosotros no mostramos misericordia ¿cómo podemos esperarla?
Todos faltamos; algunos de nosotros con frecuencia; aprendamos a faltar bien. Ese es el secreto del progreso espiritual. El camino del Amor es el camino de la Cruz. Por la crucifixión del yo alcanzamos la redención; si soportando la carga alcanzamos la cima, la carga será más liviana para aquellos que vienen detrás. Este es el sacrificio del Mayor Amor.
Dion Fortune